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La Impresión de las Llagas de San Francisco

Preparado por las Hermanas Clarisas de Salvatierra

Inicio:

El Señor nos ha reunido en torno a esta celebración del VIII Centenario de la Impresión de las Llagas en Francisco. Y con él celebramos la identificación de Francisco con el Crucificado. Recordamos que aquella experiencia hacia el final de su vida no fue un acontecimiento aislado en su trayectoria sino el sello de su identificación y unión total con el Pobre Crucificado.

Ese amor apasionado del Crucificado, de Dios por nosotros, también hoy nos lo quiere imprimir hondamente en nuestro ser. Por ello, alegres y agradecidos, nos disponemos abriendo nuestro corazón para participar, acoger, contemplar a este Dios que es Amor y sólo sabe amarnos hasta entregar su vida en la cruz por nosotros.

Parte introductoria:

Francisco desde el inicio de su andadura tuvo contacto con las llagas en el encuentro con el leproso, que le resultaba de lo más repugnante y amargo. Y es que este leproso le hizo de espejo de lo que más le repugnaba de sí mismo.

Francisco, tiempo atrás, había ido a la guerra en busca de honores y fama, pero cayó prisionero y estuvo más de un año en la cárcel. Todos sus sueños e intentos por conseguirlos quedaron rotos por tierra. Después pasó una larga y penosa enfermedad. Así su gran orgullo quedó muy herido; una gran frustración, un tremendo fracaso, una amarga desilusión y desengaño le iban royendo por dentro. Y esto no podía asumirlo ni verlo. Era una profunda herida que le supuraba amargura.

Cuando se encuentra con el leproso, emerge su propia llaga de la amargura de su vida, sin sentido. Es en ese instante cuando el Señor le dio abrazar al leproso y hacer misericordia con él; es cuando abraza su propia “lepra”, su propio fracaso. El rostro del leproso le resultó una fuente de vida, dulzura en su cuerpo y en su alma; y revelación que él acogió y cambió su corazón.

Esta experiencia de amargura-dulzura le irá acompañando como clave de discernimiento en su seguimiento al Pobre Crucificado. Experiencia que fue tan fundante en su vocación que, al final de su vida, cuando escribe su Testamento, será lo primero que recuerda de su vida con el Señor. 

Escuchemos:

Test.1-3: “El Señor me dio a mí, el hermano Francisco,
el comenzar de este modo a hacer penitencia;
pues como estaba en pecados, me parecía extremadamente
amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre
ellos, y practiqué con ellos la misericordia.
Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo
se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo”.

Hacia la fiesta de la Exaltación de la Cruz, en 1224, Francisco está viviendo la Cuaresma de ayuno al arcángel San Miguel, en el monte Alverna. Llega allí abrasado en un ardiente deseo de identificarse con el Crucificado en su dolor y amor sufrido por nosotros, deseando experimentar en él lo mismo que pasó el Señor.

También, está en un momento muy doloroso y de fuerte crisis ya que, después de haber escrito la Regla, la situación que se daba entre los hermanos de la Orden era muy conflictiva y de gran tensión por los distintos y opuestos pareceres a la hora de concebir esta Forma de Vida.

Por otro lado, a este sufrimiento también se sumaba como nos cuentan los biógrafos, que estaba pasando una noche oscura del espíritu: 

“…Durante más de dos años, día y noche,
fue atormentado por una gravísima tentación de espíritu;
por la que se encontraba fuertemente atribulado interior y exteriormente,
en su alma y en su cuerpo...
Por ello se retiraba a orar al bosque…
Allí podía dar curso libre a su pena
y derramar abundantes lágrimas en la presencia del Señor,
para que Él, que todo lo puede,
se dignase enviar desde el cielo el remedio contra tan grande tribulación”.

Hermanas y hermanos, vamos a orar en esta vigilia en torno a estos dos momentos de Francisco: El encuentro con el leproso y el encuentro con el Crucificado. Lo haremos a través de dos salmos que el mismo Francisco adaptó, que nos conducirán hasta el momento clave de la impresión de las llagas en él.

HIMNO:

Cantamos:

1. Lo ha tocado el Señor;
Mirad palma con palma,
manos de dos amigos
en una cruz clavadas.

2. Hermano de los hombres
y aún de las bestias bravas,
hermano de Jesús
que en sí todo lo hermana.

3. ¡Oh cuánto el corazón
contempla, gime y ama!
¡Cuán alto en la montaña,
cuán cerca en la llanada!

4. La norma, el Evangelio;
su vida, las pisadas
de aquel Jesús que quiso
pisar donde mi planta.

5. Francisco, el de las calles
por él enamoradas…
Francisco, a quien el mundo
hoy alza su esperanza.

6. ¡Loado, mi Señor,
por tan cercana gracia:
por el humilde hermano
marcado con tus llagas! Amén.

Parte A

1.- ENCUENTRO CON EL LEPROSO

Monición:

Los SALMOS que compuso Francisco los oraba poniéndolos en boca de Jesús, que revivía su Pasión u otros momentos de su vida. Eran para acompañar a Jesús y vivir totalmente identificado con Él en los momentos en que se encontraba más solo, más herido y llagado. Había una total compenetración y comunión con Jesucristo. Eran frases escogidas de distintos salmos. De esta manera, se unía también al dolor de tantas personas leprosas, heridas, rotas, por las que Jesús da su vida.

Se le ve a Francisco que va adquiriendo una gran capacidad de escucharse, de escuchar la vida, escucha a los leprosos, a los pobres, a la creación, escucha de manera atenta e íntima al Señor, porque era capaz de entrar en el silencio, donde Dios nos habita y se comunica con nosotros. Actitud vital necesaria para escuchar nuestro propio corazón y a Dios, que en él se nos comunica. 

Con este Salmo 5 del Oficio de la Pasión acompañamos al Señor Jesús, que, al cargar con nuestras lepras, Él mismo se ha hecho “leproso”.

Un momento de silencio para acoger lo escuchado. 

Con estas resonancias nos unimos a la oración de Jesús en su Pasión con este salmo, y al de tantos hermanos y hermanas nuestros que claman y gimen su dolor:

Oficio de la Pasión. Salmo 5 (Se reza a dos coros)

A voz en grito clamé al Señor,
a voz en grito supliqué a mi Dios.
Derramo mi oración en su presencia
y expongo ante él mi tribulación.

Cuando me iba faltando el aliento,
Tú conociste mis senderos.
En el camino por donde iba
los soberbios me escondieron una trampa.

Me fue imposible huir,

y no hay quien mire por mi vida.

Por ti soporté la deshonra,
la confusión cubrió mi rostro.

Me convertí en un extraño para mis hermanos,
y un forastero para los hijos de mi madre.

Padre santo, me devoró el celo de tu casa,
y las afrentas de los que te afrentaban
cayeron sobre mí.
Por sorpresa llovieron sobre mí los golpes.

Se levantaron contra mí testigos malvados;
me devolvían mal por bien y me calumniaban.

Tú eres mi Padre santísimo, Rey mío y Dios mío.
Ven en mi auxilio, Señor, Dios de mi salvación.

Canto (Taizé): Oh, Christe Domine Jesu . O en castellano: Oh, Cristo, Señor Jesús.

2.- ENCUENTRO CON EL CRUCIFICADO

Monición: 

Francisco va entrando en el Misterio en que la Cruz y la Vida van unidas. El “SÍ” de Francisco fue progresivo ante este Misterio que se le abría y se le ocultaba. Y va tomando un nuevo modo de entender la vida: el abajamiento, vivir a la intemperie, al ritmo del Evangelio y al estilo del Pobre Crucificado.

Después del encuentro con el leproso, en la iglesita de San Damián tendrá el encuentro con el Crucificado; el Crucificado como respuesta a sus propias heridas y lepras, que abrazó en el leproso. De hecho, adoró las llagas del Crucificado: el que colgó del madero como un maldito es a quien el Padre le resucitó: la acogida y misericordia de Dios que acoge lo más despreciable, lo más amargo, lo más sufriente. Nos acoge en nuestro mayor pecado.

Francisco se sorprendió que el leproso era el mismo Crucificado, el muy amado por Dios. Su fracaso, su amargura, el leproso, el Crucificado, acogidos, salvados por el infinito amor de Dios. 

Es la experiencia nuclear de su vocación: que Dios Padre-Madre se vuelca en los heridos, los llagados, el Crucificado, los ajusticiados injustamente, los pobres de tantas necesidades, para amarlos como sólo Él lo hace. Francisco necesitó largos tiempos de silencio exterior e interior para contemplar hondamente este Misterio del amor infinito del Crucificado, dejándose adentrar más y más en él.

Por ello nos dice en su Testamento, 4:

“… que así sencillamente oraba y decía:
Te adoramos, Señor Jesucristo,
También en todas tus iglesias del mundo entero
pues por tu santa Cruz redimiste al mundo

Así lo que nos hiere son grietas abiertas a la experiencia de nuestra verdad, de la misericordia, de la gratuidad… “… porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Un momento de silencio para acoger lo escuchado.

Con estas resonancias nos unimos a la oración de Jesús en su Pasión y Pascua con este salmo, y tantos crucificados de hoy:

Oficio de la Pasión. Salmo 6 (Se reza a dos coros)

Mirad y ved si hay dolor como mi dolor
porque me acorraló una jauría de perros;
Me cercó un banda de malhechores.

Se repartieron mi ropa
y echaron a suerte mi túnica.
Taladraron mis manos y mis pies,
y contaron todos mis huesos.

Estoy como agua derramada
y todos mis huesos están dislocados.
Mi corazón es como cera derretida
en medio de mis entrañas.

Mi vigor se secó como una teja,
y mi lengua se me pegó al paladar.
Yo soy un gusano y no un hombre.
Padre santo, atiende a mi defensa.

Para comer me dieron hiel,
y para mi sed me dieron a beber vinagre.
Me llevaron al polvo de la muerte,
y aumentaron el dolor de mis llagas.

Me dormí y me levanté
y mi Padre santísimo me recibió con gloria.

Padre santo, sostuviste mi mano derecha,
me guiaste según tu voluntad,
y me acogiste con gloria.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
que redimió las almas de sus siervos
con su sangre santísima,
y no abandonó a cuantos esperan en él.

Canto: “Te adoramos, santísimo Señor Jesucristo, y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo”

PARTE B

3.- NARRACIÓN DEL MONTE ALVERNA

Monición:

Llegamos al momento central de esta vigilia. Escuchamos ahora la narración de lo vivido por Francisco en el monte Alverna: la Impresión de las llagas del Crucificado. Dejémonos introducir en esta experiencia del amor desmedido del Crucificado, que hoy también quiere alcanzarnos e imprimir en nosotros, como en Francisco, su Amor, su Pasión y Pascua.

(Encendemos una vela)

En la biografía de 1Celano, 94-95, nos cuentan sus hermanos que dos años antes de su muerte, en torno a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz; y en la situación en que se encontraba:

“Tuvo Francisco una visión de un hombre que estaba sobre él, que tenía seis alas… las manos extendidas y los pies juntos, aparecía clavado en una cruz… 

Ante esta contemplación, el siervo del Altísimo permanecía absorto, se sentía envuelto en una mirada benigna y benévola de aquel serafín de gran belleza.

Esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la crueldad brutal y el sufrimiento de su pasión… 

Se levantó triste y alegre al mismo tiempo… Y comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos, al modo que poco antes los había visto en el hombre crucificado. Estas señales eran redondas en la palma y alargadas en el dorso de la mano; se veía una carnosidad, como si fuera la punta de los clavos retorcida y remachada, que sobresalía del resto de la carne. De igual modo estaban grabadas estas señales de los clavos en los pies… Y en el costado derecho, que aparecía atravesado por una lanza, tenía una cicatriz que muchas veces manaba sangre. El varón de Dios las ocultó cuanto pudo hasta su muerte, resistiéndose manifestar el sacramento del Señor…”

Francisco, después de esta experiencia, baja totalmente transformado y tocado por este encuentro con el Crucificado. Después, en la medida en que sus fuerzas se lo permiten, vuelve a sus orígenes: vuelve a los leprosos; y a cuantos se encuentran con él los toca con gran misericordia y dulzura, sanando sus heridas. Y también acaricia con gran ternura a las criaturas.

Como a Francisco, que toda esta manifestación de la misericordia de Dios nos lleve a contemplar, a adorar, a alabar más y más a este Dios nuestro; y a participar en su amor apasionado. Esto nos llevará a la lógica de Dios, a mostrar con nuestros gestos la misericordia que Dios nos tiene. Y desde ahí podemos acompañarnos en nuestras heridas y debilidades. Nos llevará a ponernos en la piel del que sufre, en el lugar de la víctima, del/a hermana/o que sufre herida. Y que su herida, su pecado, es el mío.

Acogemos este momento de la vida de Francisco con un momento de silencio.

Música de fondo.

4.- ALABANZAS AL DIOS ALTISIMO

Monición:

Francisco, después de esta experiencia, de la impresión de las llagas, de la experiencia vivida de participar en la Pasión y Pascua de su Amado Jesús, con un gesto fraterno a su hermano León, que estaba pasando por un doloroso momento, y queriendo darle este consuelo, le dejó escrita está bendición y compuso para él las Alabanzas al Dios Altísimo.

El mismo hermano León dejó anotado en este pergamino, en la 2ª quincena de septiembre de 1224:

"El bienaventurado Francisco, dos años antes de su muerte, hizo una Cuaresma en el lugar del Alvernia en honor de la bienaventurada Virgen Madre de Dios y del bienaventurado Miguel Arcángel, desde la fiesta de la asunción de santa María Virgen hasta la fiesta de septiembre de san Miguel.    

Y se posó sobre él la mano del Señor. 

Después de la visión y las palabras del Serafín y de la impresión de los estigmas de Cristo en su cuerpo, compuso estas Alabanzas, que están escritas en el otro lado de esta hoja, y las escribió con su mano, dando gracias a Dios por el beneficio que le había hecho".

"El bienaventurado Francisco escribió de su propia mano esta bendición a mí, fray León".

"De manera semejante hizo de su propia mano este signo Tau, y la cabeza".

Con estas resonancias nos unimos a esta alabanza, participando del Misterio Pascual que se le dio a Francisco. Cuando el Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu, el hombre experimenta la herida interior del Absoluto y no le queda más que el humilde balbuceo del Tú, Tú, un Tú siempre más intenso, más santo, más cercano… con Dios no se acaba nunca. Francisco es llevado del Tú de Dios al tú del hermano concreto.

Rezamos estas alabanzas que nuestro hermano Francisco hoy nos las escribe a cada uno de nosotros.

 Alabanzas al Dios Altísimo. (Rezamos o cantamos juntos)

Tú eres el santo, Señor Dios único,
el que haces maravillas.

Tú eres el fuerte,
Tú eres el grande,
Tú eres el Altísimo.
Tú eres el rey omnipotente;
Tú el Padre santo,
rey del cielo y de la tierra.

Tú eres el trino y uno,
Señor Dios de los dioses;
Tú eres el Bien,
el todo Bien,
el sumo Bien,
Señor Dios vivo y verdadero.

Tú eres el amor, la caridad,
Tú eres la sabiduría,
Tú eres la humildad,
Tú eres la paciencia,
Tú eres la belleza,
Tú eres la mansedumbre;
Tú eres la seguridad,
Tú eres el descanso,
Tú eres el gozo,
Tú eres nuestra esperanza y alegría,
Tú eres la justicia,
Tú eres la templanza,
Tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción.

Tú eres la belleza,
Tú eres la mansedumbre,
Tú eres el protector,
Tú eres nuestro custodio y defensor;
Tú eres la fortaleza,
Tú eres el refrigerio.

Tú eres nuestra esperanza,
Tú eres nuestra fe,
Tú eres nuestra caridad,
Tú eres toda nuestra dulzura,
Tú eres nuestra vida eterna,
grande y admirable Señor,
Dios omnipotente, misericordioso salvador.

La experiencia de Francisco es que DIOS SOLO ES.

Francisco expresa lo que le desborda: ¿qué historia de amor ha hecho posible semejante explosión de admiración y alabanza?

¿Qué nos quiere decir Francisco? ¿Qué sentimientos percibimos?

¿Qué podríamos decir de Dios como experiencia personal?

La Oración de Francisco está en su corazón, en los momentos de silencio profundo e intimidad, que tanto cuidaba, en su mirada elevada amorosamente, absorta en Dios, en la historia de Salvación, en la persona, en la creación, abrazando tiempo y eternidad. Que lo dado en el Crucificado es la forma de ser humanos.

La importancia de cuidar el corazón, esos momentos de silencio, la vida interior, donde se da el encuentro y configura la relación. 

Es la atención amorosa que me saca de mí, y saca lo mejor de mí.

Momento para compartir.

ORAMOS: Ahora en un momento tenemos presentes a tantas hermanas y hermanos nuestros que heridos tanto física, síquica como espiritualmente.

Pobres, guerras: niños, jóvenes y mayores tan afectados por estas situaciones.

Hambrientos, moribundos, tantas personas que se encuentran solas, sin sentido.

Emigrantes, tantos en pateras o situaciones extremas.

Refugiados, presos, enfermos, huérfanos, viudas.

Personas que sufren cualquier tipo de injusticia, violencia, opresión, violación, torturas…

5.- ORACIÓN FINAL

Oramos todos juntos:

Dios de amor y misericordia, que marcaste con las señales de la Pasión de tu Hijo al bienaventurado padre y hermano Francisco para encender en nuestros corazones el fuego de tu amor, concédenos, por su intercesión, configurarnos a la muerte de Cristo Jesús, para vivir con Él por toda la eternidad. Que vive y reina contigo, por los siglos. Amén.

Nos llevamos esta tarjeta que hoy, también, Francisco nos escribe a cada uno de nosotros para nuestro consuelo. El hermano León la llevó hasta su muerte en un bolsillito del hábito. Y fue para él siempre de gran consuelo.

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